
HASTA SIEMPRE CHEGUACO
Sin lugar a dudas (y valga el lugar común), con la ida de Cheguaco, se va parte de la memoria y la historia de Margarita, pues él, en su afán de escudriñar fuentes escritas y orales, fue capaz de desentrañar mitos y creencias de esta tierra isleña. Por él supimos la existencia de chiniguas, duendes y colmillonas. Pero eso no fue lo importante, sino que con un lenguaje ameno y sencillo, recreó todas esas leyendas y las llevó a la letra de molde, para que supieran, no sólo en Venezuela, sino en otras partes del mundo, que este terrón isleño es rico en tradiciones; puesto que nuestro acervo cultural es riquísimo desde tiempos inmemoriales, y parte de ese conocimiento se lo debe y se lo deberá por siempre Margarita, a José Joaquín Salazar Franco (su seudónimo, como dijo una vez Héctor Mujica), a quien conoció todo el mundo como Cheguaco, y quien siempre usó como compañero, su sombrero alón. Pero una de las cosas que más le admirábamos a Cheguaco fue su tesón para aprender, para estudiar y recoger la historia menuda margariteña. Fue un autodidacta, pero de los más grandes. Fue inmenso su amor por su lar nativo, se sentía orgulloso de él en cada ocasión y momento. Por eso, no es descabellado afirmar que a Cheguaco en el lado izquierdo del pecho, en vez de un corazón, le latía la Tacarigua de Margarita.
Cheguaco, maestro, paisano y, sobre todo, amigo, hasta siempre y descansa en paz.
Emigdio Malaver G.
Artículo Publicado en el diario El Nacional el 8-10-00.
Fundación José Joaquín Salazar Franco

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