Ventana Margariteña

Relatos de Chua - El conuco

El Conuco

Del conuco obteníamos todo lo indispensable para nuestra subsistenciaDe todos los escenarios de mi vida por los que me ha tocado pasar, hay uno al que le guardo el mejor de los recuerdos. En este escenario pasé mis mejores años, que fueron los de la infancia y la adolescencia. Se trata del conuco, lugar donde aprendí que la vida es para desafiarla y disfrutar el goce de ese desafío, en la medida que se van cumpliendo tus metas. Lugar de sudor y trabajo arduo, pero reconfortante. Lugar de sueños y fantasías infantiles. Hoy,  lugar de recuerdos y nostalgia.

Del conuco obteníamos todo lo indispensable para nuestra subsistencia; yendo desde el cultivo de maíz, maní,  yuca y topocho; hasta la cría de chivos y vacas. Indiferentemente todos los días pasábamos del ordeño al azadón y de este a la escuela y nuevamente al azadón, al regreso de la misma. El fruto de estas actividades estaba siempre sujeto al llanto del cielo, quien muchas veces se tornaba cruel al ser muy larga su espera y otras tantas más cruel al ser devastadora su aparición.

Otra de las actividades que nos permitió sobrevivir a los avatares de la vida fue la venta de leña. La misma era explotada en los cerros aledaños al conuco y clasificada de acuerdo a ciertos parámetros de calidad, de tal forma que la desviación estándar en cada uno de los lotes no sobrepasará los parámetros prefijados. Así, cada jas de leña debería de llevar por lo menos, diez palos de guatacare, cinco palos de aco blanco, la misma cantidad en aco negro y el resto en mangle y chamizas para favorecer  la ignición primaria. Cuando escaseaban algunas de estas especies, podrían hacerse combinaciones con algo de cují o de yaque, sin que ello implicara una adulteración de los lotes.  La mercancía era comprada por muchas de las fabricantes de arepa, que para esa época se desempeñaban en el pueblo. Desde un principio nos repartimos la clientela y a mi me tocó desde entonces hacer la provisión a tres de ellas. Las dos primeras, Licha Ruiz y Chepa Malaver, llegaron a ser mis clientas favoritas. La tercera era Carmen Timotea, quien resultó una cliente difícil de complacer.

La primera diferencia la tuvimos en una entrega, que a su parecer se salía fuera de los parámetros prefijados en el contrato de suministro, alegando que a pesar de que tenía las proporciones acordadas, había algunos palos de guatacare muy delgados; que el aco blanco estaba algo verde y que la iba a dejar ciega; que a ella le parecía que la cantidad de chamiza era mucha; que eso era bueno para hacer cachapa pero no para hacer arepa, y pare de contar.

Para esa  época el parámetro que determinaba la economía del pueblo era el precio del maíz, ya que dependiendo de su estabilidad o variación,  se desencadenaba la ola inflacionaria en los productos  terminados que utilizaban el mismo como su materia prima.  Una de estas olas se presentó en esa oportunidad cuando Ernesto Ordaz anunció un aumento de un cuartillo por kilo en el precio del maíz pilao, aclarando que el maíz en concha, el nepe y el pico, mantenían sus precios por el momento, hasta agotar los inventarios.    Esta decisión no afectó en gran medida a los criadores de puerco y de gallos; mas no ocurrió lo mismo con mis clientes, quienes en aras de mantener su margen de ganancias, no les quedó otra alternativa que aumentar en la misma proporción porcentual el precio de su producto.

Otra de las actividades que nos permitió sobrevivir a los avatares de la vida fue la venta de leña.Los que suministrábamos el combustible aprovechamos la coyuntura y decidimos de igual manera anunciar un aumento. Mis clientes preferidas Licha y Chepa, aceptaron sin ninguna objeción el anuncio, entendiendo que la ola inflacionaria nos arropaba  a todos los   productores y proveedores por igual. No ocurrió lo mismo con mi tercera cliente, quien pegó el grito en el cielo cuando se le dijo que el jas de leña pasaba de real y medio a un bolívar, a partir de la próxima entrega. En realidad, el anuncio del aumento a esta última  cliente no se le hizo de inmediato. Fueron muchas noches de desvelo ideando la mejor manera de darle la noticia sin crear un conflicto. Durante mas de un mes se le estuvo suministrando combustible a precio viejo, a escondidas de mis otras dos clientes, quienes ya lo cancelaban al valor presente. Esta situación no fue sostenible en el tiempo, ya que de igual manera los proveedores de mecates y machetes hicieron efectivo un aumento anunciado meses atrás. Este aumento trajo como consecuencia un incremento en nuestros costos fijos y variables,  y fue por ello que decidimos utilizar la vía diplomática y encomendar a mi hermano Luis para que le hiciera la participación.

La misma le fue hecha a través de su hija Rosita, quien para ese entonces pintaba como una de las muchachas mas hermosas del pueblo y de quien mi hermano presumía de ser su novio. A la final aceptó, no sin antes obligarnos a jurar una congelación de precios por los siguientes dos años.

Otra actividad que muy dignamente ejercí fue la de vendedor de cachapas. Aquí tenía como competidora principal a la muchacha mas avispada que haya visto el pueblo. Se trata de Mireya la de Cruz Gil. Yo no se como se las ingeniaba Mireya, pero que yo recuerde, jamás pude venderle una cachapa a un cliente mientras ella estuviera presente. Cuándo por casualidad después de emitir el grito característico de ¡CACHAAAPA!, lograba yo que se detuviera algún carro, ya Mireya estaba ofreciendo su mercancía a los pasajeros, sin que yo la hubiese visto desde hacia rato en el área. Así que al darme cuenta que mi medio publicitario estaba favoreciendo solamente a mi competencia, decidí sostener una reunión con ella para demarcar  el perímetro; acordando así, que cualquier carro que se detuviera entre el frente de Chabolo Torres y Taco Buco, me correspondía atenderlo a mí; y a ella le tocarían los clientes mas arriba del frente de Taco Buco y Flor María.     Tiempos que se fueron. Tiempos que no vuelven y de los cuales tan solo nos queda su placentero recuerdo, que de alguna manera nos alimenta el espíritu.

JESÚS “CHUA” SALAZAR

Fundación José Joaquín Salazar Franco

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