Ventana Margariteña

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UNA SERENATA A LA MEDIA LUNA

Berto iba hablándole a la noche, sonriéndole a las estrellas, caminando lento a dar una serenata a su adorada. Llegó a la ventana, cantó lo mejor de su repertorio, se detuvo un momento, pensó, -a vaina, Mila no sale-, escogió las canciones más adecuadas y que por él mejor interpretadas, pero Mila nada que se apareció. Se colgó su guitarra al hombro y regreso a su casa sin hablarle a la noche y ni sonreírle a las estrellas.

Berto esperó el día siguiente alguna comunicación con su adorada, pero no fue posible, sólo se enteró de un comentario que circulaba en el Pueblo donde quedaba muy mal parada su actuación de serenatero, sobre todo por la voz. Al final del día recogió sus cosas, fue a Juangriego, se montó en la lancha Alicia López, y se fue para donde no lo supiera nadie.

Mila sentía por Berto un amor profundo, tanto que ya se lo había confiado a sus padres, lo que sin duda era una gran prueba, ya que su Padre era muy bravo. Esa noche ella estaba muy enferma de una gastritis, hizo el esfuerzo de pararse para escuchar a su amado, pero su Padre la paró, le dijo que no valía la pena y ella le hizo caso. El siguiente día tuvo que ir a Juangriego a consulta con el Dr. Bougrat, ya que se sentía muy mal y por eso no pudo hacerle llegar ningún mensaje a Berto.

Sostiene Peruchito: que no era tanto para que Berto tomara esa tibiera por ese chisme tan malo; tibiera debía haber cogido el Negro de Maríasalomé, cuando en la misma ventana dándole una serenata a una hermana de Mila, cantándole una ranchera que terminaba “me he de comer esa tuna, me de comer esa tuna” salió el padre de ellas, arrechísimo señalándole con las manos sus vergüenzas y diciéndole al Negro – “¿por qué no te comes este cardoncito?” –

Berto y Milla sufrieron mucho por ese momento donde la comunicación estuvo ausente, puesto que su amor estaba sembrado en ellos en lo más profundo de sus entrañas. Berto por su parte se dedicó cultivar su voz y su cultura, Milla se hizo una persona cada día más humana, más solidaria y por supuesto más asediada por pretendientes, entre los muchos, el más fanático era un cabezón de la vereda de Mureche que cada día, cada hora se le presentaba en su camino. Ella lo alejaba cortésmente, por sabía que aunque era cabezón y buena gente era también muy bruto.

Un día en El Tigre, había representación del cantante Benito Quiroz. Eros que es un ángel milagroso quiso que coincidieran en ese campo petrolero Berto y Mila; que al buen cantante se le pegara ronquera que no pudiera cantar y que buscaran un cantante suplente, que fue Berto. Este deleitó a los asistentes al teatro, hasta el mismísimo Benito Quiroz. Mila sintió ese amor que siempre tuvo por Berto y se unieron para siempre.

Sostiene Peruchito: que una vez se encontró con Berto en Caracas y hablaron muy poco, porque éste sólo lo dijo:- un día sabrán lo buen cantante que soy, lo,lo,lo,mo,mo,mo, no,no,no, – expresiones que no entendió y que parecía que estaba loco.

Fundación José Joaquín Salazar Franco

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