Los Funerales del Burro de Guiye
El Burro un día apareció en Tacarigua y adoptó a Guiye como amo y desde ese momento no se separaron hasta el día de su muerte. Era un Burro negro como el azabache, de altura regular, inteligente, educado, voluntarioso al hacer todos los trabajos que se daba, cuidaba celosamente a su amo y de trato amable con toda la gente del Pueblo. Guiye era una persona trabajadora, simpática, chistosa, en fin un buen vecino. Cuando Guiye sentía el costillar de su Burro, era una persona de otra dimensión. La gente del Pueblo decía que Guiye y su Burro hablaban como humanos y era verdad, que era un ángel hechizado.
El Burro se hizo muy famoso en Tacarigua y en toda la Isla, por su forma especial de tratar a su amo. Cuenta muchas anécdotas de él. Cuando Guiye salía a beber con su burro, este bebía antes el ron para saber su calidad y cuando su amo estaba arrastrando la pea, el burro se añingotaba de manera que pudiera montarse en su lomo, se levantaba lentamente y trasladaba a su casa, no sin antes adoptar una forma de caminar para que la gente se diera cuenta que llevaba sobre sí un borracho y le abrieran paso. Si Guiye iba en busca de una mujer alegre, el burro le aconsejaba cual era la mejor y si no había un catre adecuado el burro también se añingotaba y su amo y la mujer se acomodaban sobre su lomo si hacían el amor con tal dulzura hasta alcanzar la húmeda satisfacción. Había miles de historias del Burro de Guiye donde la gente del Pueblo salía beneficiada.
El Burro era a menudo buscado para que sirviera de semental, pero estaba claro que la aptitud de él, también se debía al Dueño, por eso los hijos tuvo en las burras de la isla no salieron igual. Guiye no tenía tiempo a adiestrar otros burros. Con el suyo bastaba.
Un día el Burro sintió que le estaba llegando la hora de morir. Habló dos días con su amo, preparándolo para el momento de su partida. Guiye, hizo todo lo posible para que los mejores médicos y brujos de la Isla lo vieran y evitarán la triste partida. El siempre pensaba que moriría antes que su Burro. Además del Dr. Landaeta de Tacarigua, llegaron el Dr. Bougrad de Juangriego, el Dr. Wensechase de Macanao, el Dr. Laplana de La Fuente, Dr. Freeland de Pampatar y varios curanderos invocando al Gran Piache Tacarí, a examinarlo. Todos llegaron a la conclusión de que al Burro le había llegado la hora.
El Burro murió sereno, su cara mostraba la satisfacción de haber vivido con un amo excepcional que lo quiso y cuido mucho.
Cuando se supo de la muerte, la gente de Pueblo se acercó a la casa de Guiye para acompañarlo en su dolor. Fue un funeral distinto, la gente no lloraba solo mostraba una tristeza infinita; los cacheros contaron las historias más tristes y desgarradas que sabían; las mujeres y hombres no jugaron truco, ni domino, ni keto, no hubo guarañas, ni carritos chocones; el artista Yekho le hizo una mascarilla para hacerle un busto de bronce, aun no lo ha terminado; los borrachos del Pueblo bebieron ron con una parsimonia tal, que se veían sobrio; los políticos de La Asunción quisieron pescar en río revuelto, haciéndose pasar como familiares del Burro; repicaron las campanas de la Iglesia, vinieron curas de todas la Isla, el Padre Agustín por primera y única vez no cobró; vino el Gobernador y su comitiva; los tacarigueros que estaban en los campos petroleros alquilaron las lanchas María Rosario y Ana María Campos y estuvieron presente, los cañeros también; Chemiguel vino con unos Siderúlgicos; nadie fue a los conucos y así pasaron siete días. El burro fue preparado para que aguantara esos días por un sabio del Cercado que había estudiado en Egipto. Había en este funeral una tristeza nunca vista.
Al séptimo día, a las cuatro de la tarde lo fueron a enterrar al conuco de Las Ánimas. Llegaron al Burro sobre el catre de Guiye. Lo depositaron al contacto con la tierra en una fosa profunda bajo un viejo y alto roble. Acompañó al Muerto una botella de ron y un pañuelo femenino que trajo Guiye. Doraca leyó un poema fúnebre. Al terminar el entierro la gente se despidió y Guiye quedó solo. Sobre la tumba desnuda colocó su sombrero de cogollo. Pasó un día sobre la tumba, hablando y riendo; había prometido no llorar, sólo sendas lágrimas en sus ojos. Quizás en esas horas recordó todo el tiempo pasado con su Burro. Después de ocho días le dio ganas de orinar y paso seis horas haciéndolo, salió el Orinoco, se llenó el pozo de la vieja, un niñito enfermo que camina cerca del pozo tomó de esa agua y se curó para siempre. Entre ese orine estarían disimuladas sus lágrimas. Inundó los fundos de los Salazar y de los Malaver. Esa noche temerosa y fría se despidió de su Burro. Caminó lentamente a su casa y dice mi amigo que me lo contó, que vino una brisa suave y el cuerpo de Guiye se fue disolviéndose en el espacio. Nadie lo volvió a ver. Un brujo del Pueblo, John John, en una sección de espiritista dijo haberlo visto caminando sobre su Burro por las barriadas del Cielo. Lo último que recuerda la gente del funeral es que el viejo roble, al mojársele las raíces de orine, esa noche cayó sobre la tumba. Los buscadores de marfil de cascos de burro negro no pudieron profanar la tumba.
Este año unos Tacarigueros con buenas intenciones, han tratado de buscar la tumba del Burro de Guiye para ver si pueden obtener sus cascos negros y hacer un remedio efectivo y curar un gran amigo y buena persona. Pero la gracia divina ha querido que este cuerpo permanezca integro en su fosa, ya que sobre ésta, hoy se encuentra una gran piscina de una de las mansiones que se han construido últimamente en esa zona del Pueblo.
Fundación José Joaquín Salazar Franco

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