El Boticario y la hija del sastre
A MI AMIGO A. F. GÓMEZ
Ñaño, el boticario llegó al Pueblo con intención de quedarse. Traía mucho entusiasmo por hacer una nueva vida, después de tanto desamor y lo consiguió. Al llegar recorrió todo el Pueblo, habló con su gente, contempló sus cerros y sus atardeceres, visitó su Iglesia y su centro cultural. Escogió una vivienda donde residir y sede de su botica, situada muy cerca del nuevo sastre. El sitio de la botica estaba próximo al único puente del Pueblo. – las Cruces- debajo del cual a veces cuando llovía fuerte se oía correr un pequeño riachuelo ” El Orinoco”. Las puertas tenían parapetos de manera que cuando la crecida del riachuelo era muy grande no inundarán las viviendas.
Un día vio a la hija del sastre llegar a la puerta de su casa, alzar la pierna y con ese movimiento al subírsele la saya, le observó el tobillo y un jeme de pierna y llegó a la conclusión de que estaba en presencia de una bella mujer. Para cerciorarse mejor visitó la casa la sastre con el pretexto de mandarse hacer un traje. Habló con él, se tomó las medidas correspondientes y le confesó a éste lo que muchos ya sabían; había venido para quedarse en el Pueblo y su intención era formar una familia. Habló y hablo hasta que la hija del sastre se asomó y la miró con asombro. Era muy linda.
Salió de casa del sastre viendo el cielo y más flechado que San Sebastián, el patrono del Pueblo. Sólo que él lo había masacrado Cupido. Se prometió conquistarla. El sastre quedó contentísimo por que con un traje que le confeccionara al boticario era como hacerle cuatro a Cuchito su hijo mayor, era más alto que Mónico Lárez y que significaba también mayores ingresos para su negocio.
Empezó enviándole a la hija del sastre con su asistente pachulí que el mismo fabricaba con ayuda de un francés que vivía en el Pueblo, que sabía de perfumes. Nombraba los perfumes con nombre tales como: “ve para los lados”,”lotería”, “te amo”, “ te prometo el cielo” y así, pero la joven no se daba por enterada.
Ella lo vía como un gigante trabajador, un científico consumado, un loco tal vez, que cada día se ganaba el cariño y respeto de todo el Pueblo gracia a su forma de ser y el buen ejercicio de su oficio. Su jarabe para la tos era una maravilla, sólo una cucharada quitaba la tos, aliviaba la garganta y si el enfermo se le antojaba cantar lo hacía mejor que Chicotoño el cantante del Pueblo; su purgante a diferencia del que fabricaba Geñito, el otro boticario, en vez ser amargo, era del sabor que prefiriera el cliente, él lo preparaba con sabor a mango briteño, fresa, papelón con limón y otros, una cucharada de purgante mataba todos los parásitos y limpiaba el alma; y su jabón dejaba la piel de las damas suave, lozana, tensa y el paño de mota se les deslizaba lentamente.
Ñaño, al darse cuenta que sus perfumes no producía los resultados deseados, se decidió por el verbo y la prosa. La esperó, la vio venir, se le plantó de frente, arrodillado, le dijo con la voz de barítono bien afinado:
-Mi espíritu no se doblega, mis rodillas sí ante ti, porque te amó. Luego le entregó un poema. Ella por primera vez le vio frente a frente. Dedujo que su cara y sus ojos tenían la picardía de niño travieso y sintió en su corazón que el boticario era un ser adorable.
Ella se despidió emocionada, llegó a la sastrería, entró en su cuarto, leyó el poema: que mensaje, que pasión, que amor. No tenía duda, había encontrado el amor de su vida. Se asomó a la puerta y contempló el boticario, su amor, mirándola con los ojos más fijos que los faros del Ford de tablitas de Emilio Quijada. Le habló y le hizo señas de que sí, que si lo amaba. El se sintió el ser más feliz de la tierra y le dio por hacer un perfume que llamó “siempre encima”, el último que realizo en su vida y que le dio muchas satisfacciones.
El boticario y su novia acordaron fijar la fecha de hablar de su matrimonio con el Sastre. Todos en la sastrería expresaron su alegría al conocer la noticia, sólo el sastre estaba preocupado, llamó aparte a su hija y le dijo:
-Hija, si tu novio a cuenta de yerno me manda hacer unos trajes y no me los pagas, quiebra la sastrería, se acaba el negocio. Todavía tengo hijos que mantener.
-Eso no pasará nunca, más bien nosotros siempre te ayudaremos y estaremos pendiente de ti. Ñaño nunca se irá del Pueblo, aquí lo quieren como si hubiera nacido en estas calles.
El amor del boticario y la hija del sastre tomó su rumbo, el mejor, creció cada día, tuvieron hijos y vinieron después los nietos. El amor del Pueblo y el boticario y familia fue eterno y gratificante de tal manera que sitio donde estaba ubicada la botica y sus alrededores acordaron llamarlo en su honor: “El mundo de Ñaño”. Un día el boticario dejó la botica, se dedicó a la prosa y el verso, a cantarles a todos su amor por su familia y su Pueblo, llegando a ser uno de los mejores escritores de la Isla.
Fundación José Joaquín Salazar Franco

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