Desde pequeño, PEDRO BELLORÍN CARABALLO tuvo la necesidad de almacenar los recuerdos y anécdotas de una Margarita que fue y que no volverá. En el aula, a través de las ondas hertzianas y en cualquier lugar, este margariteño está empeñado en luchar contra el olvido.
Donde hoy se levanta un taller automotriz en una de las entradas de El Salado, existió la casa en la que PEDRO JOSÉ BELLORÍN CARABALLO nació el 21 de enero de 1943. Él vino al mundo en una Margarita que ya sólo existe en las fotografías o en sus recuerdos, pero que nunca olvida. Donde hoy hay tanques de agua, ayer existieron aljibes. Donde hoy están las neveras, ayer se colocaban las tinajas con el agua fresca. Los caminos que hoy transitan los carros apresurados, ayer no veían sino burros, bicicletas y caminantes. Lo que hoy se llama avenida 31 de Julio, ayer se llamó “Carretera Turística La Asunción-Manzanillo” y, antes de eso, apenas era un camino polvoriento con la figura del cerro Guayamurí como fiel guardián.
En ese pueblo, cuyo nombre no se sabe bien de dónde viene -si de un río ya seco o de un pozo que nunca dio agua-, el joven inquieto sembró las semillas de la persona en la que se convertiría. Mirando a sus padres Miguel Bellorín y Julia Caraballo, recorrió la tierra fértil con el azadón y el pico en las manos para aprender el valor de la tierra y del conuco.
Comiendo gallinas y cochinos criados en el corral de la casa y tomando leche recién ordeñada de la vaca, este docente descifró las claves de su identidad. Ha pasado casi toda una vida desde entonces, pero sus ojos siguen mirando como si el reloj nunca hubiese andado.
Las tertulias vespertinas en la casa de uno de sus parientes le descubrieron a este insular su vocación docente. “Yo siempre dirigía las conversaciones, orientaba a los demás”, recordó sentado en ese mismo lugar donde esos encuentros solían repetirse, a una cuadra de su casa natal.
En 1960 se graduó como maestro en el Escuela Normal Miguel Suniaga y comenzó a dar clases. Este nuevo rumbo lo sacó de su Isla querida y lo mantuvo viviendo en Caracas durante diez años, hasta que pudo volver más convencido que nunca de que su lugar estaba aquí.
El saber es para compartirlo
Por sus andanzas y su afición a la enseñanza, muchos lo llaman “El Catedrático”, y por sus esfuerzos para difundir y preservar el acervo cultural insular, fue designado Patrimonio Cultural Viviente del estado. “El nombramiento es un compromiso y a la vez un honor”, aseguró quien desde hace casi 40 años ha encontrado en la radio un medio ideal para difundir sus conocimientos sobre la identidad de su pueblo. Cuando afirma esto, recuerda a Luis Beltrán Prieto Figueroa, quien un día le dijo que los honores se recibían mejor después de muerto, pues así no se tiene que cargar con la responsabilidad que implican.
Del pasado, BELLORÍN lo extraña todo y lo reconoce sin remilgos. Es un nostálgico incurable y está seguro de que la añoranza es la condición sine qua non de aquel que quiera dedicarse a registrar los hechos, lugares y personajes del pasado.
Otra de sus características es el orgullo por los suyo. Sin embargo, esta tendencia suya a hablar en pretérito no significa que viva metido de cabeza en lo que ya fue.
“Siempre hay algo que lo despierta a uno, que lo trae de vuelta al presente”, dijo sonriendo, ahora frente a la casa donde terminó de criarse en el mismo pueblo, a pocos metros de aquella en la cual nació.
Bajo la sombra de ese guayacán que sombrea la fachada anaranjada y amarilla, “El Catedrático” recuerda a aquellos que pusieron en alto el nombre de su Isla: Luis Beltrán Prieto Figueroa, Jóvito Villalba, Jesús Manuel y Efraín Subero, Julio Villarroel padre… “Son muchos -aseguró- los que han dejado las huellas” que él ha ido recogiendo.
Su principal aspiración es que las nuevas generaciones se interesen por seguir esas huellas. Aunque tiene claro que “el muchacho de hoy no te cree en galerones, conucos ni pesca”, también está seguro de que no todo está perdido, de que hay almas jóvenes en la región llenas de curiosidad por saber de dónde vienen. Por eso trabaja más cada día. Su lucha -como dijo Milan Kundera- es la de la memoria contra el olvido.
Logros
No todo lo que ha pasado en la isla de Margarita en estos últimos años es tan malo para Pedro Bellorín Caraballo. Entre otras cosas, agradece la aparición y expansión de los medios de comunicación, una herramienta que ha utilizado para llevar su mensaje de identidad regional a la audiencia. Se inicio en la radiodifusión en 1973 y desde entonces su voz no ha parado de oírse a través de diferentes emisoras.
Indiana Galindo Alonso