YA TIENES ALAS Y PUEDES VOLAR
El 30 de septiembre de 2000, inició Cheguaco su viaje a la eternidad. Durante su funeral, el escritor tacarigüero Roberto Malaver pronunció este discurso en el frente del Comité de Desarrollo Cultural «Pablo Romero Millán» de Tacarigua, las cuales compartimos en esta oportunidad de conmemorarse este 14 aniversario:
AUTOR: ROBERTO MALAVER
FUENTE: Revista MARGARITEÑERIAS N°5 II Etapa, Septiembre, Octubre 2000
YA TIENES ALAS Y PUEDES VOLAR
Ayer la muerte afinó su puntería y dio en el blanco. Y Cheguaco se mudó por un instante. Hoy, la muerte sabe que Cheguaco le ganó el juego, La muerte sabe que Cheguaco se está haciendo el muerto, Porque, como siempre, Cheguaco se salió con la suya.
Y Cheguaco lo aprendió de José Martí: Morir bien es la única manera de seguir viviendo. Y morir bien era entregarse a su compañera Consuelo como su mejor aliada. A sus hijos como los mejores hijos. Y a Tacarigua como la prolongación exacta y hermosa de su vida.
Un hombre que tiene treinta y seis libros publicados y veinte libros que esperan por ser publicados, no puede irse así, tan fácilmente, de nuestro lado. Porque cada vez que alguno de nosotros intente buscar un dato, buscar una palabra, saber de un mito, o de una leyenda, justo en ese momento Cheguaco estará más vivo que siempre.
Es – no quiero decir fue, porque no voy caer en la trampa de creer que se nos fue – un artesano de la cultura margaríteña. Un hombre que amparado en su palabra, en su prodigiosa imaginación, y en su talento, nos ha ido dejando la historia de todos nosotros en cada uno de sus textos. De sus cuentos.
Y tiene tanto sentido del humor Cheguaco, que incluso en el último libro que le bautizaron sus hijos, aquí en la Plaza de Tacarigua, Un Grito en la Hondonada, dice en uno de sus poemas, Despedida, este verso:
Dejo enlutado mi hogar
Porque me voy, tierra amada
Voy a tirar la parada
Salga bien o salga mal.
Una manera de decimos que se iba a tierra firme, pero que se quedaba para siempre entre nosotros.
Es así como lo vemos hoy Como lo queremos hoy Con su sombrero y su palabra y su honestidad a toda prueba. Un hombre que cada día nos hace ser más querendones con Tacarigua. Un hombre que entre sus papeles de trabajo descubrió un día que Tacarigua estaba a punto de cumplir 400 años y lo celebramos. Un hombre que entre chistes y cachos se nos ha ido quedando agarradito ahí en el sentimiento.
También en su poemario, Un Grito en la Hondonada, Cheguaco estira sus pasiones. Prolonga su sentimiento y se acerca al camposanto para decirnos:
Cuando voy al cementerio
De mí pueblito natal
Miro como en largo sueño
A mí núcleo familiar
Que está reposando allí
Para la perpetuidad.
Veo oronda a Mamá Chica
En su claustro personal
Ya un lado tía madrina
Juntita con mi mamá
Y del costadito norte
A Críspula y Carmelita
Mi tía y madre políticas
Como dicen por acá…
Y muy cerquitas de ellas
A Chelo alegre y risueña
Ubicada en el tercer
Sótano de la morada
Que con gusto le adquirimos
Todos sus hijos y yo
Para que durmieran en paz…
Hoy va Cheguaco al cementerio. Y va como siempre, contento, porque sabe que va para quedarse más que nunca en su pueblo. Entre su gente. Sus amigos, Los que comparten con él su palabra. Su fe, Su esperanza. Su manera de sentir esta alegría inmensa de ser Tacaríguero. Porque él sabe que nos sentimos orgullosos. El sabe que somos del pueblo donde vive un hombre maravilloso y hermoso y otra vez maravilloso, que se llama Cheguaco.
Sale con nosotros a encontrarse con su núcleo familiar. Va a saludar en nombre de sus hijos y nietos a los que siempre ha querido. Va sonriente Cheguaco. Va, aunque parezca mentira, lleno de vida. Va sin despedirse de nosotros, y él sabe que no tiene porque hacerlo. Va a saludar también a su amigo Pablito Romero, aquel que un día, cuando le dio uno de sus textos para que le dijera qué le parecía, aquel que le dijo: Ya tienes alas y puedes volar.
Ahí va un hombre solidario. Entregado a la defensa de la tradición, De la identidad del margariteño. Del rescate del folklore. De las palabras olvidadas, que una vez que se recuperan nos vuelven más grata la vida. Un hombre de mano estirada para apoyarte. De la sonrísa amiga para decirte que comparte contigo tu alegría. Ahí va un hombre que, como siempre, lo reconocemos tarde, pero lo reconocemos: Un gran hombre. Ahí va un hombre que en definitiva se hizo pueblo con nosotros y nos hizo pueblo a todos para que no nos olvidemos de Tacarigua. Ahí va un hombre que abrazó tan fuerte a su pueblo que se le quedó en el pecho en forma de corazón.
Un día me tocó en suerte, Cheguaco, decirte unas palabras. Un día de tantos homenajes merecidos. Y para que veas Cheguaco, que sigo siendo fiel a mi pensamiento, hoy nuevamente te digo lo que dije aquel día: Navegamos juntos en el mismo barco, y yo me siento marinero, porque usted, capitán, sigue mandando.